Mi paso por el IISJ no pudo ser más productivo. Tanto desde el punto de vista académico como desde una perspectiva puramente humana Oñati me proporcionó el primer contacto con el “mundo real”. Mi, hasta aquel momento, pequeño y sencillo universo se tornó complejo, poliédrico, crítico y por todo ello, fascinante. Hasta entonces el paso por los diferentes circuitos de enseñanza, universidad incluida, me había permitido acceder a conocimientos estructurados, definidos, cerrados en los que la asistencia a clase y la disciplina de estudio eran suficientes de cara a la obtención de resultados académicos óptimos. No fue hasta mi llegada a Oñati cuando por primera vez tuve la libertad de decidir, la libertad de sentir curiosidad, y la enorme responsabilidad de responder ante mi misma por cualesquiera decisiones que adoptara en ejercicio de esa libertad. Recuerdo todo con inmenso cariño. Como digo, mi vida cambió tras mi paso por Oñati y me resulta imposible ceñirme a un episodio concreto. Las personas y los “sucedidos” conforman un entrañable mapa viviente en el que encajan piezas de todo tipo: las primeras lecciones en inglés, los temores a no estar a la altura de tan insigne institución, el gélido viento camino del instituto, la impresionante residencia que nos acogió durante esos 6 meses, las noches en vela confeccionando el paper de turno, los primeros contactos con oñatiarras (“¡meet the locals!!), las “wine parties” y los bailes hasta altas horas, las noches en la sala de televisión intentando leer a Luhman mientras “pasamos el Mississippi”, la espléndida biblioteca, siempre abierta, siempre a nuestra disposición, esa sensación de estar haciendo algo grande. Nunca he vuelto a ser tan “rica” en conocimientos y emociones como lo fui entonces. Simplemente inigualable.